sábado, 4 de agosto de 2012

Epígona en caída libre



 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



Epígona en caída libre







Esta vez
me pariré
de propia matriz saldré a mi luz
naceré de nuevo
desacordonada
empapada sólo del humus que soy.




Me iré un tiempo a vivir. Tengo un pasaje sin escalas a otro mundo epitelial, flamígero, eólico, impar.
Voy directo a desfragmentarme en una excepción, y por lo que dure esa breve eternidad, llevaré una lámpara encendida entre las manos para aprender desde la yema de los dedos como se ha de caminar sobre las piedras de un volcán.
Como una impávida espartana dormiré a cielo abierto hasta que la incertera Artemis que me habita envié desde mis propias venas la señal para aquietarme en el refugio límbico de Crates.
Tomaré ciertos desvíos, sí, me desviaré haciendo caso omiso a cualquier trampa o artificio. Iré descalza y a tientas siguiendo el aroma a luz suave que deja el pabilo lento, las trazas incandescentes de las últimas chispas (las últimas chispas?).
Me cortaré un mechón de pelo, buscaré algo de tierra fértil y secretamente lo sembraré con sumo cuidado dentro de una vieja guitarra. Los raros bucles que de allí crezcan se atarán solos al clavijero, cabelloscuerdascriaturas que desenroscadas recorrerán todo a lo largo la tensión diapasónica a la espera de que ciertos dedos me transformen en inciertas notas musicales. No esperaré resultados. Sólo vibraré. Casi será primavera.
Me alejaré de las siniestras telarañas del cálculo. Fundaré mis pasos en un sincero involuntariado.
Divinizaré mis intemperies.
Llevaré un sombrero que será la extensión de mi aura venenosa. 
Permaneceré largamente suspendida al borde de cautivantes cornisas hasta que algunas gotas de lluvia me vuelvan a recordar que no soy intangible. Y si el agua insiste en caer intensa y desproporcionada, sacaré del bolsillo una hilacha transparente con la que me ataré de un gran árbol ramoso. Trepada a su copa, en lo alto y soberano del verdecer, olvidaré cualquier propensión a los naufragios.
Si lo fugaz y la estrella pasaran ante mis ojos, no dudaré en nadar por el aire hasta hacerme una con el destello. Nereida narcotizada, seré lo que vea, me volveré lo que mire. Mis ojos dictarán de ahora en más los contornos de mi ontología.
No podré caerme, claro está, porque la mayor parte del tiempo no tendré los pies sino en la cabeza y la cabeza en los pies, o porque seré arte y parte de una extraña condición levitativa, o porque me llevará la vida inescrupulosamente en andas, o porque quedaré prendida de la cola de arcoiris de un cometa vagabundo.
Haré el amor a la deriva, en plazas públicas, bajo disfuncionales faroles titilantes, sobre los erosionados mármoles de las escaleras universitarias, en los asientos invisibles de algún colectivo cansado de girar por los mapas de los suburbios, amparada por un cielo indeleble donde el viento sonará como un aria, en las callejas neblinosas cuando el primer rayo de sol se anuncie con el trino de algún pequeño pájaro citadino.       
En cuanto los cascabeles desafinen y se vuelvan puro cansancio de sonar, me buscaré un pantano donde aullar en paz hasta que indefectiblemente me pierda junto con mi voz.
Acariciaré a los perros callejeros. Les contaré los saltos de sus pulgas. Seguiré a los gatos solitarios hasta sus escondites y dormiré con ellos despreocupadas siestas barrocas.
Sí, me volveré animal.
Todo lo que toque transmutará en instinto, o en oráculo, o en risa, o en color.
Me saldré de control insolentemente. Desmarcada. Fugitiva. Otra. Otras.
Finalmente seré un jubiloso enigma inaccesible.
Tal vez en ocasiones llore. Tal vez me vuelva aún más insomne.
Tal vez hasta tenga miedo. Tal vez me olvide de que existen los timones.
Tal vez hasta me vaya recordando. Tal vez pierda la memoria de los rayos fríos.
Tal vez el silencio me golpee. Tal vez no salga ilesa de entre tanta agitada travesía.
Algo arderá bajo el puente que deje a mis espaldas. No daré un paso atrás, aún si la muerte me espera antepuesta (después de todo, qué más da... siempre la muerte me llevará la maldita delantera).  
Seré presa fácil de finas pasiones que sepan hablarle a mi ombligo en su exclusivo dialecto. No aceptaré otros idiomas, ni lenguas, ni arbitrios. Estaré asignada, y sólo así aceptaré que vuelvan a mí las fatalidades, los designios, las magnitudes. Me erigiré protagonista de mi propia tragedia, mi propio corifeo griego, mi perdición y mi salvación. 
Luego estará siempre él, hechicero de Obsidiana.
Beberé helados de limón mientras él come frutillas de mi entrepierna. Me untaré la cara con su crema seminal mientras jugamos guerras que eviten otras guerras. Caminaré desnuda sólo alrededor de su perfecta cabeza. Lo veré dormir y será el tiempo reservado a lo sublime. Besaré con celos las sábanas que lo rocen. Dispondré el borde de mi blanda crátera en su boca. Bailaré danzas turbias dibujando en el aire, con la tinta que emane de mi pubis oscuro, las letras de su nombre. Seré inclemente. Sí, seré absolutamente inclemente. Sobre su piel afín dejaré al irme un manuscrito sin edad. En su tapa de cuero coralino todos los títulos serán posibles: bastará que él imagine uno con toda el hambre vehementísima de su sangre para que las palabras aparezcan allí, víctimas de un maleficio de pulsos que provoca invocadas realidades una trás otra. El hablará y la palabra se hará, callará y la palabra huirá.
Deberé decirle que todo podría ser una caída.
Lo sé. Lo sabrá.
Si viene, lo tomaré de la mano, fuerte. Lo invitaré a caer conmigo. No, no diré nada, ya lo sabe.
Caída Libre. Desalada.
No habrá después.






Gabi Romano
Del poemario "Desértica" (s/d).



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2 comentarios:

  1. Fue escrito en una especie de momento caracterizado por un esperanzado espasmo re-naciente. Había como una sensación irrefrenable de lanzar todos los dados al aire, sea cual fuera el resultado final cuando aconteciera la caída sobre el paño. Efectivamente, no hubo después. Fue el último retrato que tengo vívido en mi memoria sobre la pureza demente que puede emanar de ciertos "presentes" intensísimos que a fuerza de desenfocarnos nos terminan dando (por un breve tiempo) una visión ultravitalista de la existencia.

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